Tuesday, September 14, 2010

Vida



No quiero escribir de otra cosa

Que no sea la voz del baile de las libélulas,

Y el choque del aire con su punta opuesta

En medio de la tormenta.


Y así como deviene la incalma

Con el eco de costumbre en el ensueño,

Es así como yo entiendo

Que la vida me sonríe en 1 intento.


O 2, por cierto, pero uno desciende a mi piel

Y transmuta su sentido en mi sangre,

Y por cierto que mis sonrisas arden

En un simple símbolo de devoción.


Retoma el agua, canta al arbitrio.

Poetisa a las calles aunque te silencien sus aullidos.

Porque mariposa y trayecto se han de trazar

Justo cuando a la siega has de marchar.


Los trigales de la calle son solo el comienzo.

Busca, busca, como cigarra en la playa

la solitud de un canto-individuo, del sentido veraz,

de la voz de Dios prima en el viento mordaz.


Y vive.

Que la luz no se impera sola

Y el día no es solo el continuo

De la oscuridad.//

La Emisaria

Abajo las hormigas sufrían de una tormenta inigualable a las peripecias bíblicas de Moisés, cuando el mundo se volvió una pecera en la que flotaba solitario un zoológico navegante.

Yo lloraba como si la causa de mi pena me amenazara con un cuchillo a mi yugular. Como si la causa de mi pena fuera una canción mala, una ranchera o balada simplona y melosa, y lo único que podía sacarla de entre mis costillas fuera llorar, llorar, llorar.

Entonces lloré, lloré, lloré. El tren en que venía a paso vertiginoso había naufragado justo a la orilla de esa plaza de las siete de la tarde. Nadie había acusado recibo del naufragio. La luz crepuscular hacía a todas las personas iguales. Si reían o lloraban daba igual.

Y leyendo los pensamientos de alguna gente, logré darme cuenta de que para ellos era lo mismo. Son muecas. Mi llanto era una mueca mínima en el universo de muecas que las personas fabrican a diario, que las personas ven a diario, del conjunto de muecas que los músculos de la cara son capaces de realizar.

Yo me sacudía en la pena y en los pensamientos nubosos como si ya nunca pudiese salira de ahí.

Yo yo creía en Dios, y ese día decidí poner un juicio prometeico a sus pies. Con la nariz tapada profiriendo mucosidad lo enfrenté, así como una intentona Nietszchiana, a que me mostrase su poder.

Si realmente existes, mándame a alguien que mitigue esta pena. Una palabras, un gesto. Algo que me haga respirar de nuevo.

Entonces algunos pájaros volaron despavoridos, una palmera frunció el ceño en el aire, y a Manuel Rodríguez se le encabritó el caballo de acero en su pedestal en medio de la plaza. Él, también de acero formidable, ligeramente se movió intentando que la pose de semi-caída fuese algo más natural.

Y la gente pasaba, pasaba, pasaba. Ya me susurraba el tiempo que simplemente no esperara nada. Yo sabía que mi llanto escribía mis dudas en el asfalto, mis tristezas, mis taras, mis errores… Era una especie de poema maldito, y sus versos en espiral simplemente la escalera a un Hades muy mío que se abría de a pedacitos a mis pies.

Mierda, me dije. Yo seguía esperando, seguía viendo a la gente pasar, pero no veía la señal que me haría abandonar el paréntesis perpetuo, el biombo viciado de esa tarde que amenazaba con perpetuarse.

Una niña apurada me miró a los ojos y se fue. Como un bólido como todos los demás. Pero ella me había mirado, y el juego de luces de su mirada me hizo concentrarme en ella. Pero se había ido, y la frustración solidificara mis lágrimas. Ahora la sal caía sólida rasguñando mis mejillas.

Ahí, náufraga, asustada en medio de mi temporal personal, dejé de creer.

Pero, luego, una voz que me sonaba a estrellas recién paridas cayó en mis oídos. Era ella, era la mirada inquisitiva y la voz dulce, toda ella frente a mí. Las nubes se detuvieron, la tormenta paralizada, la sal cesó dos segundos de caer para escucharla. Y sus palabras de cometido sencillo salieron de su sonrisa como la esperanza de un puente.

Unos pañuelos desechables. Un chao, tranquila, cuidate.

Abrí el paquete como si fuera reventar para avisarme que todo eso era mentira. Una hoja de un directorio de teléfonos de una agenda, arrancada de cuajo con precisión doblada certera, pero no tajantemente cosa de parecer amigable cuando la abriese. Un mensaje.

“Yo no te conosco…. Pero el éxito en la vida es seguir adelante… Confía en Dios Todo estará bien Cuidate ♥”

Y la sal detuvo su proceso de producción. El biombo fue demolido, y la tormenta bajó su grado para solo ser una lluvia tropical, tibia de verano. No recuerdo cuándo a lo lejos alguien se rió, quizás era yo misma. Éramos dos personsa, y una se reía de la otra, y la que se reía tomó el lugar de la que lloraba, no sé.

Solo sé que pedí perdón. A las hormigas y a Dios, quien me miró riéndose un poco de mi torpeza, pero lanzándome un pequeño haz de luz que solo yo vi. Me paré y decidí tomar el próximo tren a mi almohada.

Recordé la voz de la emisaria, saqué varios pañuelos para poder respirar con tranquilidad, y volvía caminar. Después de todo, él sabe. Él sabe./

Yo Desafío



Yo desafío

al tiempo en verso inexacto,

en acto compacto

y en la vida sencilla, debato.


Actué en compases osados,

como amoral bestia, concedo

una gota de sangre al gravamen

y libre entonces me defino


de albacea melódica,

y me equivoco cuando anhelo

un poco de lluvia sobre los párpados

y reluzco, prisionera.


Y de nuevo, yo desafío

al orbe en sitio profano,

en carne al filo

y en la voz trémula, descarto.


Son las peripecias del asfalto.//

Friday, September 10, 2010

Las Ideas


Básicamente, los cementerios de ideologías mutiladas,

propia escoria mundana de la cosa atropellada

por el discurso, descansan en periferias recónditas

más allá, más allá de toda inexacta intuición.


Que mis sueños siempre me deparen entre sus lápidas

es un encriptado freudiano que me niego a

idealizar como antojadiza sed de claridad.

Oh no, quizás sí me gusta la radiación lunar en los epitafios

y mi alma temblando cuando leo aquí yace el venir, morir

y vencer, fenecido de manera espontánea tras ver la vida

convertida en la meretriz perfecta que simplemente

ignora displicente la carne retórica y en síntesis.


Mi paso es simplemente hojarasca flotante, porque quizás

yo también rece muda aquí bajo toneladas de arcillas rojas,

de otrora árboles, de otrora civilizaciones enteras.

Con desfachatez encenderé mi última pira a sus flores secas

y fulminaré sola mi propio grito tras el último rayo de sol:

mi idea ya no simplemente bosquejo sinestésico,

y ahora sí pálpito en el aire

de lo que en verdad creo.


Alguien despertará, el esqueleto de algún vetusto pensador

despertará y saldrá a flote desde su cripta y

espada en mano mutilará mi consigna a mis narices,

y seré entregada al responso de agujero que es mi nicho,

que a poco lecho me late sus brazos,

y la última cortesía será mi idea en el epitafio

para que alguien desvele y encuentre mi pista en mi cripta

en el sueño, en el propio sistema drímico

y despierte con la idea entre sus labios,


a poco amarga, ¡que no se lave la boca ese ciudadano!

Que escriba un poema con eso regalo incendiario.

Y no seré yo, pero mi memoria

no disociará en vano.

Hay esperanza.//