Entonces en mi espalda
comenzaron a enraizarse las cadenas,
lentas, entre las venas,
bajo la piel, cerca de los huesos,
en cada trenza de metal,
un grito.
Un dolor de amaneceres pequeños
entre tu cuerpo y el mío.
Y al entretener una música,
entretejer los pensamientos,
sintiendo un pequeño grito tuyo,
siamesar las ideas,
nos fuimos encadenando,
estrellas en conjunción,
nos fuimos encadenando,
cosa que cada paso, cada beso
fuera un concierto
de espejos.
Y, claro, el dolor
de hacerse par.
Cuando siempre se había
hablado con las pesadillas propias
he ahí,
que otra piel encadenada dice
esos miedos, ya los tengo.
Ya los dibujé, ya hice un mapa
cosa que tú no pases por ahí
nunca.
La cadena entre las pieles,
un suplicio de pensamientos concertados,
resulta ser el deleite
de sombras desplegadas en el pasto
haciendo muecas al tiempo
al unísono.
Que nada separe nuestras cadenas
jamás.//