Básicamente, los cementerios de ideologías mutiladas,
propia escoria mundana de la cosa atropellada
por el discurso, descansan en periferias recónditas
más allá, más allá de toda inexacta intuición.
Que mis sueños siempre me deparen entre sus lápidas
es un encriptado freudiano que me niego a
idealizar como antojadiza sed de claridad.
Oh no, quizás sí me gusta la radiación lunar en los epitafios
y mi alma temblando cuando leo aquí yace el venir, morir
y vencer, fenecido de manera espontánea tras ver la vida
convertida en la meretriz perfecta que simplemente
ignora displicente la carne retórica y en síntesis.
Mi paso es simplemente hojarasca flotante, porque quizás
yo también rece muda aquí bajo toneladas de arcillas rojas,
de otrora árboles, de otrora civilizaciones enteras.
Con desfachatez encenderé mi última pira a sus flores secas
y fulminaré sola mi propio grito tras el último rayo de sol:
mi idea ya no simplemente bosquejo sinestésico,
y ahora sí pálpito en el aire
de lo que en verdad creo.
Alguien despertará, el esqueleto de algún vetusto pensador
despertará y saldrá a flote desde su cripta y
espada en mano mutilará mi consigna a mis narices,
y seré entregada al responso de agujero que es mi nicho,
que a poco lecho me late sus brazos,
y la última cortesía será mi idea en el epitafio
para que alguien desvele y encuentre mi pista en mi cripta
en el sueño, en el propio sistema drímico
y despierte con la idea entre sus labios,
a poco amarga, ¡que no se lave la boca ese ciudadano!
Que escriba un poema con eso regalo incendiario.
Y no seré yo, pero mi memoria
no disociará en vano.
Hay esperanza.//
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