Walter componía coplas sobre el único pájaro que visitaba el poblado. Quizás el único pájaro que habitaba en esta tierra. Él decía que aquél avecilla frágil, muy similar a uno de los gorriones que recordaba haber visto en plazas de mi ciudad ahora lejana, era un ave peregrina que recorría todos los poblados existentes para finalmente llegar donde el Ser Supremo e informarle acerca de todo lo que había visto. Nadie sabía dónde habitaba el Ser Supremo, o si realmente existía. Pero a nadie parecía realmente importarle. Solo sabían que nada debían hacer para importunarlo.
Así, Walter era una especie de juglar. Solía estar horas bajo un añoso árbol frondoso, mirando al pájaro que cada cierto tiempo se posaba en el árbol colindante. Una vez me leyó lo que escribía. Imaginaba historias asombrosas acerca de los lugares en los que el ave estuvo, las discusiones que éste último sostenía con el viento, y hasta con el mismísimo Ser Supremo. Había un capítulo en que el gorrión era víctima de una trampa tendida por otras aves (mitad aves, mitad insectos, un híbrido algo escabroso) que se resolvía con una batalla con tintes épicos y movimientos detalladísimos, descripciones muy tolkianas.
Esa era la vida de Walter. A él le hacía feliz, y decía no necesitar nada más.
Walter era el mejor "amigo" de Pat. Aquí nadie era amigo de nadie, no existía un nombre para ese tipo de relación. Todos parecían ser amigos de todos, pero esas relaciones tan cercanas carecían de nombre alguno, cosa que me desconcertaba. Bueno, todo en esa tierra me desconcertaba sobremanera, pero nunca en mi cabeza resonaron las ganas de regresar, a sabiendas de que no podía. Y sin embargo, la ignorancia de no saber el camino de retorno me tranquilizaba más.
Pero volvamos a Pat.
Pat no escribía coplas. Pat apenas si hablaba, era el hombre más lacónico que habría de conocer jamás. Pat actuaba, y sus acciones eran la única pista para conocer su mundo interior. Tocaba el laúd majestuosamente, y ese sonido fue lo primero que pude oír en esa tierra, mientras despertaba. Recuerdo sentirme como si deliberadamente me hubiera lanzado desde un edificio de diez pisos. Mi grado de dolor corporal me decía que debía de haberme lanzado del décimo piso precisamente. Caí a metros de distancia del lugar donde estaba él tocando su laúd. Tardó en notar mi presencia, como yo tardé en recuperar la conciencia, mientras lo único que podía distinguir eran los acordes de una melodía melancólica.
Cuando por fin pudo divisarme, se acercó a mí con temor. Lo sé porque aún en mi estado pude sentir su temor en mi malograda piel. Y lo entiendo, yo constituía para él un bulto sangrante vestido con ropas raras aparecido de quién sabe dónde. Respiraba a un ritmo anormal, menos inhalaciones de aire por segundo que un humano común. Me pinchó con sus dedos tres veces: mi dolor se hizo insoportable al tercero y solté un quejido. Y abrí los ojos al mismo tiempo.
Supe entonces, en dos segundos, o quizás algo más (dos segundos es una exageración de mi concepto de vertiginosidad romántica) que quizás me quedaría en ese extraño y desconocido lugar por un tiempo.
Lástima que él no pensara lo mismo, y haya sacado de su regazo una daga que relució a la luz de la luna dispuesta a ser enterrada en mi pecho.//
2 comments:
a veces me creí un pájaro, pero es mucho peso... me acabo de dar cuenta que nadie podría inspirarse de mis alas.
gracias, señorita ...??
muchos saludos.
Wow, me gustó mucho!!! Híbridos de insectos y pájaros... escabroso, pero también puede darse para bichos geniales, mariposas con plumas, colibries con alas de líbelula...
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