Tuesday, February 23, 2010

Ave María

Virgen que celas la polvorienta estela que deja

mi vestido azul en el camino de tierra,

declamo por ti, soy yo la que reposa

en el trigal fértil de tu pureza, y llora

con el sacrificio de sus manos rompiendo tallos secos,

rocas, todo, con tal de que a mi lado

camines. Y siembres amor.

¡Oh, Virgen, mi andar trastabilla en la peor

de las inclemencias, en el peor temporal!

Dime si es ésta la purga final de mis pecados.

Porque amé a un hombre al que di

todas mis tiaras, las de papel, oro, sangre.

Al que di todas las cosas que en este mundo valen

para ti y para mí. Pero no para ellos.

¡No para ellos, Virgen Santa!

Espejo de las hadas, de la feminidad

perfecta e inmaculada, ellos no saben.

No saben. Y aniquilan vidas minúsculas

entre sus dedos mientras les hacen el amor.

Madre, si he pecado, fue de inocencia.

Si he pecado, fue de inocencia.

Házme bailar sola, reina de los cielos femeninos.

Házme reinar en mi propio metro cuadrado

de aire, que siento no es mío,

que siento me han emponzoñado como si yo fuera

Lucifer, un haz de fuego encarnado en el infierno.

¿Quién me niega el aire, Reina de Pureza?

¿Quién es, Virgen María?

Por tu hijo, dímelo, por la savia infinita que derramas

sobre los labios cristianos infudiéndoles

la gracia, dímelo.

Él aún cela mis pies y mis caderas como objeto de su

deseo. Él aún hace rígidos mis pasos

como los de un gigante. Una serpiente obligada a

reptar en su vientre. Vientre árido. Infértil.

Y si tú eres dueña de la vida armónica

al lado de Dios Padre, te ruego liberes mi alma

que cuelga de mis pechos

como señuelo cruel de la oscuridad.

Virgen, no me abandones.

No me abandones ahora que mi cuerpo yace,

embotado, preso de este vestido, embotado

bajo el sol inclemente de verano.//

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