Virgen que celas la polvorienta estela que deja
mi vestido azul en el camino de tierra,
declamo por ti, soy yo la que reposa
en el trigal fértil de tu pureza, y llora
con el sacrificio de sus manos rompiendo tallos secos,
rocas, todo, con tal de que a mi lado
camines. Y siembres amor.
¡Oh, Virgen, mi andar trastabilla en la peor
de las inclemencias, en el peor temporal!
Dime si es ésta la purga final de mis pecados.
Porque amé a un hombre al que di
todas mis tiaras, las de papel, oro, sangre.
Al que di todas las cosas que en este mundo valen
para ti y para mí. Pero no para ellos.
¡No para ellos, Virgen Santa!
Espejo de las hadas, de la feminidad
perfecta e inmaculada, ellos no saben.
No saben. Y aniquilan vidas minúsculas
entre sus dedos mientras les hacen el amor.
Madre, si he pecado, fue de inocencia.
Si he pecado, fue de inocencia.
Házme bailar sola, reina de los cielos femeninos.
Házme reinar en mi propio metro cuadrado
de aire, que siento no es mío,
que siento me han emponzoñado como si yo fuera
Lucifer, un haz de fuego encarnado en el infierno.
¿Quién me niega el aire, Reina de Pureza?
¿Quién es, Virgen María?
Por tu hijo, dímelo, por la savia infinita que derramas
sobre los labios cristianos infudiéndoles
la gracia, dímelo.
Él aún cela mis pies y mis caderas como objeto de su
deseo. Él aún hace rígidos mis pasos
como los de un gigante. Una serpiente obligada a
reptar en su vientre. Vientre árido. Infértil.
Y si tú eres dueña de la vida armónica
al lado de Dios Padre, te ruego liberes mi alma
que cuelga de mis pechos
como señuelo cruel de la oscuridad.
Virgen, no me abandones.
No me abandones ahora que mi cuerpo yace,
embotado, preso de este vestido, embotado
bajo el sol inclemente de verano.//
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