Se sientan a la mesa,
frente a frente
como si nada pudiera pasar
por sus mentes frías de recelo
inmediato. La inmediatez
de un beso cala el silencio.
Miden sus movimientos,
el uno el
otro
perforando los segundos,
como uno a uno, como uno a uno,
contando, calculando.
Frente a frente, no saben
y no caben en ese instante.
Como quien quiere tocarse
pero sin vibraciones
de ningún tipo,
sin encontrarse
en ningún lugar
que no sea
el sentido común.
Conversan, sí, pero cada
palabra es un desafío mínimo
y una muralla para el siguiente tema.
Quién eres, qué sueñas,
con quién dormiste anoche,
cuantas almas han tocado tu sombra.
Pero nada ocurre,
son dos pequeñas estatuas
a la deriva del momento.
Ella no temblará más,
y él no la hará temblar más.
Terminan su té,
se van pero siguen allí,
y la conversación se repite
en ecos decibles,
en ecos indecibles,
en el momento preciso en que se amaron
se amaron en pasión y en pasión,
y de pasión en pasión
se fueron
y vuelve,
se fueron y vuelven
en el mismo momento
donde comenzaron.//
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