Puede
que alguna vez
algún
hada haya bajado de sus pétalos
en
alguna tarde perdida de primavera
y me
haya explicado, bien cerca al oído,
bien
despacio y calmado
la
línea de mi vida dibujada
azulada
en la palma de mi mano.
Y yo
siendo muy niña,
muy
poco insolente,
solo
la haya escuchado
para
olvidar al segundo siguiente
la
profecía.
Quién
sabe cuántos espejismos guarda
el sol
de primavera.
Y
cuando te encontré,
cuando
te encontré,
volví
a mirar la palma de mi mano,
intentado
recordar las palabras
del
hada importuna,
pero
no pude
no
pude recordar nada: era como si
una
antigua vida yaciera
bajo
una nueva vida.
Entonces
algo nuevo danzaba entre mis venas,
y ya
no era esa palma la misma,
la
gobernaban otras carreteras,
súper
carreteras veloces eran sus líneas,
era
vértigo,
pero
sobre todo amor.
Quién
sabe cuánta sabiduría
hay en
no mirarse las palmas de las manos,
que
las líneas se hacen solas,
las
líneas se hacen de viento.
Y
parte, parte, cielo y mar,
se
fueron armando las líneas de mi mano,
fui
conciente de algo más grande
cuando
sentía las estaciones
pasar
por nuestro abrazo.
Un
álbum de fotografías,
un
lago donde reflejarse,
un
anhelo pequeño sentada bajo un árbol.
Cuando
dormías se me ocurrió
que
tal vez también debía
vigilar
las palmas de tus manos:
ver
los caminos conjugados.
Quién
sabe cuánta fe
hay en
no mirar el destino del otro,
sino
en esperar con fe del silencio
el
paso del tiempo,
que el
amor lo hará todo.
Eso me
dijo Dios en un sueño.
Prometí
solo sentir la sangre
corriendo
por mis venas,
alimentando
los caminos de las
líneas
de mis manos,
esperando
que tu sangre
dibujara
los mismos caminos
en tus
manos de hombre.
Quién
sabe...
Sabemos
que vamos bien.//
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