Vengo estudiando hace tiempo
cómo dar la vuelta al mundo
en 180 días
o en 360 minutos,
descansar en el andén
mirando el ciclo del cielo
y los recuerdos despedazados
uno a uno a uno a uno
por pequeñas sombras,
sombrías formas
de triste intromisión.
Y vengo entendiendo
el lenguaje de las postales;
venires encriptados,
días encarcelados,
esperando en la estación.
Que aún no llegas, que
aún no piensas
volverte a mis brazos.
Que las pequeñas fiestas
en tus jardines se dilatan,
explotan entre tus manos.
Que las palabras sueltas
son caracoles perennes
y veloces, ecuestres,
dejan líneas por doquier
en tu piel.
Quién me dice si en realidad no me quieren
tus brazos sostener cuando regresemos
al mismo lugar donde comenzamos
el viaje.
Descansar, embarcarse.
En dos minutos comienza el vuelo férreo
hacia el infinito.
Sinsabores? El tren avanzará galáctico
en pocos instantes, una escala
a la admiración de los carruseles al camino,
unos circos, unos pocos cafés
en la luna de varios meses a la vez.
Postales se encuentran
cruzadas.
Me dices que no vienes
al frío de mis tiempos.
El viaje se diluye,
la gente sonríe
a mis pasos desorientes.
Avanzo al verano,
me dices que no vienes,
las palabras frugales
dan color al paisaje
desde la ventana
de un tren pequeño y cataclísmico.
Media vuelta, vuelta completa
al mundo,
es toda una vida,
es un segundo luz.
Y me dices que no vienes,
que te quedas en otros hemisferios,
escribiendo postales a nadie,
viajando en semi círculos,
deconstruyendo fotos
para volver no sabes cuánto.
En andenes veo raccontos
crepusculares.
Oh, nunca serás tú,
nunca serás tú.
Yo detenidamente volveré
a dar la vuelta al mundo
en logaritmos y acordeones
buscando buenos asientos
en las sonrisas de extraños.//
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