Peces que devoran nubes se estacionan
en la mitad de plazas, entonces
es el aire la mitad de dulce, la mitad
de disponible.
Con canastas hay que salir a buscar
la posición correcta para respirar.
Y reiteran su nombre en filas simétricas
tiempo, luz, poca luz, directriz.
Que si tomo su mano entonces, pienso
¿quién me irá a decir algo?
En mi garganta guardo cuanto valgo
y decido ofrecerles a los peces mi alma
a cambio de un segundo de buscar esas manos,
esa mirada y ese abrazo por puro instinto.
Por puro instinto.
Los peces se contentan con el alma áurea y rotosa
al retorno. Los peces cantan al sacrificio.
Y no clamo madurez al siniestro, sino
la falsa entereza de las cosas a las que llamamos
enamorarse.
Y tenía que cruzar la ciudad, fríos sureños
y ejércitos narcisos en medio de
la pobreza de almas de los que duermen en plazas
sin posibilidad de señuelos, pobres, pobres.
En un tren se captura la épica del vértigo,
y yo solo esperando ese beso
me dejo llevar por la alegoría del silencio.
Sentía que él me decía que lo buscara,
como quien siente una sombra tras sus pestañas.
Al lado de una polis quemada, al perpendio
debía estar él con su traje de viernes
y sus brazos en perpetuo enlace con mi
poca dulzura flotante en mi cuerpo distante.
¿Y, saben? Él no estaba. Su vida yacía al lado
de cientos de tumbas de mariposas.
Oh, las cosas juegan con el predeterminio,
me dije, y yo que creí
que estaba hecha para ser feliz.
Ya casi no quedaba aire allí, el cielo
lucía agujeros de harapos y llovía pena,
y la pena me mojaba el pelo y lo teñía de blanco.
Los peces custodiaban la muerte, y la mía
era la caída del telón inevitable en esos lares.
Besé la tumba de ese hombre y la tierra
que cubría el abismo de la muerte fea.
Y los peces esperan mi alma,
los peces esperan mi alma,
y yo lloro como atrayendo muerte,
pero no deseo llorar, así como no deseo
vivir en mortandad desierta.
Yo quería morir por un abrazo.
Y luego los peces con sus bayonetas
de escamas azules y sal y algas y cielogris
se acercan y sin mirarme
me dicen que mi alma vale mucho, aunque
indigesta,
y poco arrebolada.
Lo último que vi fue algo moverse
en la tumba de mi amado
para finalmente nublarme completa
a los pies de un pez.//
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