Wednesday, May 12, 2010

Fiesta de Máscaras

La fiesta de máscaras empieza

justo cuando las luminarias se esconden

de los colmillos níveos de la luna.

Van vestidos como libro polvoriento,

como libro jeroglario, juegan al misterio

de la bestia sombra, y confunden los sentidos

con dos perfumes distintos

manando de sus propios ojos. Dos pieles

que se enfundan en niebla identitaria

y juegan a la deconstrucción del alma,

al grito del alma cuando pregunta sus nombres.

Su desfile marcha en ondas de danzas

que nunca había visto antes, porque

movimientos gatunos así solo se ven en

la tercera etapa de los sueños. Giros

y maromas. Giros y destellos sumatorios

en sus brazos gráciles de cisne,

mujeres en flor y hombres binarios,

danzan con la luna que les canta al oído

a viva voz de la bóveda esteparia y sus hijas

lácteas en la voracidad de la oscuridad.

Y uno se queda atrás, a uno

se le cayó la máscara, pude verlo bien.

Le pedí los ojos a un gato del techo de mi casa,

de otra manera contemplar hubiera sido dormitar

sin conciencia. Sus movimientos ahora eran

militares, y su dureza me hirió. Los segundos cuajaron

en él. La lejanía del grupo lo volvió pálido, parecía

un bosquejo triste de la luna menguante.

Su imagen parpadeaba frente a mis ojos

gatíceos. Vi su máscara, corrí allá.

Quise devolvérsela para volver a verlo bailar,

y mi único deseo empañó mis ojos felíneos.

La máscara en mis manos se hizo sangre

de mi imagen. Adhirió a mi piel como luz absorbida

por los poros abiertos. La ciencia de mi nombre

fue falacia. Era mil bosques flotando en mares diversos

y yo incapaz de ver un reverso.

Él había desaparecido y yo lo reemplazaba

mientras descansaban en el tapiz de mi corazón

mis certezas.

Era parte de la fiesta de máscaras.

Era hija lunar encabritada por la música

que manaba de mi propio argumento,

y esclava de un solo sentimiento

recorro pueblos con gotas de sangre entre

mis gélidos dedos.

La fiesta de máscaras empieza

con el autoexilio del alba y el prolegómeno

crepuscular rozándonos la piel de manera

excitante. Y la luna en su santuario

nos invita una copa de elixir plata mientras

la fiesta confusa de la oscuridad

juega malabares corpóreos, los cuerpos

ondulantes clarean magias estelares

y una máscara abomina el cotidiano

para transformarlo en azar y aire,

transfigura de la latitud de diario.

La resaca del alba me deja tirada en la calle.

Retorno a pasajes truncos, claustros similares

y pienso en la máscara en mi bolsillo,

mis ojos de gato

y la luna que aguarda vestida de azul

en cada quiosco. En cada intersticio.

Reconoce a sus hijos y les guiña un ojo.//

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