La fiesta de máscaras empieza
justo cuando las luminarias se esconden
de los colmillos níveos de la luna.
Van vestidos como libro polvoriento,
como libro jeroglario, juegan al misterio
de la bestia sombra, y confunden los sentidos
con dos perfumes distintos
manando de sus propios ojos. Dos pieles
que se enfundan en niebla identitaria
y juegan a la deconstrucción del alma,
al grito del alma cuando pregunta sus nombres.
Su desfile marcha en ondas de danzas
que nunca había visto antes, porque
movimientos gatunos así solo se ven en
la tercera etapa de los sueños. Giros
y maromas. Giros y destellos sumatorios
en sus brazos gráciles de cisne,
mujeres en flor y hombres binarios,
danzan con la luna que les canta al oído
a viva voz de la bóveda esteparia y sus hijas
lácteas en la voracidad de la oscuridad.
Y uno se queda atrás, a uno
se le cayó la máscara, pude verlo bien.
Le pedí los ojos a un gato del techo de mi casa,
de otra manera contemplar hubiera sido dormitar
sin conciencia. Sus movimientos ahora eran
militares, y su dureza me hirió. Los segundos cuajaron
en él. La lejanía del grupo lo volvió pálido, parecía
un bosquejo triste de la luna menguante.
Su imagen parpadeaba frente a mis ojos
gatíceos. Vi su máscara, corrí allá.
Quise devolvérsela para volver a verlo bailar,
y mi único deseo empañó mis ojos felíneos.
La máscara en mis manos se hizo sangre
de mi imagen. Adhirió a mi piel como luz absorbida
por los poros abiertos. La ciencia de mi nombre
fue falacia. Era mil bosques flotando en mares diversos
y yo incapaz de ver un reverso.
Él había desaparecido y yo lo reemplazaba
mientras descansaban en el tapiz de mi corazón
mis certezas.
Era parte de la fiesta de máscaras.
Era hija lunar encabritada por la música
que manaba de mi propio argumento,
y esclava de un solo sentimiento
recorro pueblos con gotas de sangre entre
mis gélidos dedos.
La fiesta de máscaras empieza
con el autoexilio del alba y el prolegómeno
crepuscular rozándonos la piel de manera
excitante. Y la luna en su santuario
nos invita una copa de elixir plata mientras
la fiesta confusa de la oscuridad
juega malabares corpóreos, los cuerpos
ondulantes clarean magias estelares
y una máscara abomina el cotidiano
para transformarlo en azar y aire,
transfigura de la latitud de diario.
La resaca del alba me deja tirada en la calle.
Retorno a pasajes truncos, claustros similares
y pienso en la máscara en mi bolsillo,
mis ojos de gato
y la luna que aguarda vestida de azul
en cada quiosco. En cada intersticio.
Reconoce a sus hijos y les guiña un ojo.//
No comments:
Post a Comment