Yo a veces dibujé estrellas en el piso
con tiza y me encerré adentro
tardes enteras.
Nadie era el centro incandescente. No.
Erraban pájaros de otros cosmos a mis pies
que en su épica me regalaban palabras neutras
y el sol me daba en la espalda cuando hacía frío.
El estoicismo persistió hasta
que hice un pacto con la memoria.
Alcanzaba para sonreír la milésima
reverencia del estío. Compleja, sonrío.
La estrella nunca pareció aflojar
sus límites, yo era la dueña de un buen
trozo de tiempo. Pero reiteraba y oraba
sus cuidados a mi silueta alienada, como
rogando hasta la llegada del verano.
Vi entonces gente bailando bajo la lluvia
pero la estrella no me dejó ir.
Orquestas megalómanas encendiendo
artificios de pentagrama, pero la estrella
no me dejó oír. Entre las pocas cosas
que encontré entre el desgaste iluso de la piel
encontré un hacha. Me batí con el aire
para escapar del delíneo delirio de mi espacio
y luché.
Luché y a veces era mi propio dolor
el presente. Como autoextinta.
Luché y estaba viva.
Luché y estaba viva.
Y al final el aire sin usar se abrió ante mí
como un designio dantesco. Átomos sin usar.
Lejos corrí hacia donde bailaba la gente
y bailé con ellos sellando el pacto tangible
y real
de lo pequeño.
Vivo en mímica con el resto del mundo.//
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